POST-ANATOMÍAS: ENTREVISTA CON JAIRO GUERRERO

Tus imágenes apuntan hacia lo visceral, hacia la deformación del cuerpo desde una mirada descarnada. Aun así, se divisan momentos, poses y expresiones corporales, digamos, poéticas. ¿Cómo navegas entre este universo grotesco que, a veces, termina de cara hacia lo sublime?
Desde niño, el horror fue mi punto de partida para entender que lo grotesco no es lo opuesto a la belleza, sino una forma alterna de ella. El cine y la televisión me enseñaron que lo oscuro, lo monstruoso y lo extraño poseen un lenguaje propio, uno que transmite verdades crudas sobre la condición humana.
Lo grotesco conmueve porque rasga el velo de lo cómodo; nos obliga a mirar lo que evitamos. En ese sentido, su belleza está en la honestidad brutal con la que se expresa. ¿Y qué es lo bello, después de todo? Platón lo concibió como un ideal puro, más allá de lo tangible. Aristóteles, por su parte, lo vinculó a la forma, al equilibrio, al mundo material. Yo creo que la belleza también puede surgir de la perturbación, de lo que incomoda, de lo que nos obliga a repensar lo establecido. Navegar entre ambos no es una contradicción, es simplemente entender que hay belleza incluso en lo monstruoso, si uno aprende a mirar con otros ojos.

La deformación onírica como lugar de exploración creativa es algo recurrente en tu obra. ¿Cómo transformas ese estado de ensoñación en imágenes?
El subconsciente es, para mí, una fuente inagotable de imágenes, emociones y relatos que emergen cuando la mente se desliga de la lógica cotidiana. Los sueños juegan un papel fundamental en mi proceso creativo: son el espacio donde lo imposible cobra forma y donde mi imaginación se siente más libre. Antes del nacimiento de mi hija, solía tener sueños extraños que oscilaban entre el terror y la ciencia ficción, mis géneros favoritos, sueños tan intensos que se sentían como pequeñas películas proyectadas dentro de mí.
Con el tiempo, esos sueños ya no aparecen solo cuando duermo. También tengo momentos de ensoñación lúcida, donde mi mente despierta explora ideas como si fueran recuerdos de un mundo alterno. Ahí es donde nacen muchos de mis proyectos. Esta capacidad de soñar despierto no surge de la nada: se alimenta de lo que leo, del cine que amo y de la música que escucho. Cada uno de esos elementos actúa como un portal, como una llave que me permite entrar a dimensiones creativas donde las reglas del mundo real ya no aplican. En ese espacio, el subconsciente no es un misterio, sino un aliado.

Sujeto y afuera: ¿cómo describirías la relación entre tu expresión íntima y el mundo exterior? ¿De qué manera se afectan mutuamente? ¿Existe una retroalimentación constante entre lo que nace de adentro y lo que proviene del entorno?
Mis personajes nacen de una mezcla de emociones íntimas y de una necesidad más amplia de narrar el mundo que me rodea. Por un lado, está ese impulso visceral de explorar mundos ficticios, de construir criaturas y figuras que habiten mis propias obsesiones. Pero al mismo tiempo, también surgen desde lo social, desde una mirada crítica que he cultivado a través de la lectura política y la observación constante de la realidad.
Mi obra está atravesada por el simbolismo. Lo descubrí en mi primer proyecto como artista: una exposición fotográfica con imágenes macabras que generaron rechazo en algunos, pero que también sirvieron como una crítica directa a la hipocresía y al dogma, especialmente en torno a la religión. Fue ahí donde entendí que el arte no solo debía ser estético o perturbador, sino también provocador. Mis personajes, entonces, son como espejos rotos: reflejan tanto mis inquietudes internas como las grietas del mundo exterior. En ese cruce, se da lo que para mí tiene verdadero valor.

Más allá de la pura visceralidad, los cuerpos se desbordan material y espiritualmente, como en un gesto expresivo de desgarros y excesos donde, aparentemente, la palabra YA no puede mediar. Pero mirar tus imágenes no es solo un acto de observación: también es ser observado por ellas. ¿Qué lugar le das a esta tensión?
Siempre he sentido una fascinación por el body horror. Podría decirse que todo comenzó con David Cronenberg, mi director favorito y un verdadero maestro del género. Recuerdo con claridad el impacto que me provocó La Mosca; fue una experiencia tan visceral que sentí como si mi mente misma se transformara, como si manos monstruosas emergieran desde dentro de mi cráneo para arrancarme de quien era y dar paso a otro yo. Fue una mutación creativa: el viejo Jairo murió ahí, y nació uno que entendía la potencia simbólica del horror corporal.
La desfiguración del cuerpo, lejos de ser solo un elemento perturbador, me parece una herramienta poderosa para hablar del conflicto interno y de las tensiones sociales. El cuerpo mutado, fragmentado o deformado no es solo carne distorsionada: es un grito visual, una metáfora viviente de lo que la sociedad prefiere ocultar, la enfermedad, la opresión, el miedo a la diferencia, el colapso de la identidad.
Para mí, es la forma más cruda y honesta de expresar la fragilidad humana. Es una crítica que entra por los ojos y se instala en lo más profundo del espectador. En ese abismo entre lo monstruoso y lo simbólico, es donde me gusta trabajar.

Partiendo de la idea del arte como una máquina conectada con otras diversas máquinas: sociales, políticas, simbólicas, etc; es decir, como espacio de confluencia: ¿qué máquinas dirías que atraviesan tu obra y la ponen en marcha?

Mis obras son como un tejido donde se cruzan lo ancestral y lo personal. No puedo decir que todo nace de la nada, porque estoy constantemente influenciado por los símbolos que nos rodean: la mitología, la religión, las creencias populares, incluso los rituales de lo cotidiano. Muchas veces esos símbolos provienen de sistemas que han sido usados por sectas o movimientos esotéricos, y cuando los uso, siempre intento investigarlos a fondo. No por superstición, sino porque me interesa entender su carga cultural y simbólica para abordarlos desde lo racional, pero también desde lo estético.
Al mismo tiempo, mis creaciones beben del universo de Lovecraft, que ha sido una fuente constante de inspiración para mí.

El caos intenso y la deformación corporal parecen mutar infinitamente a través de la intuición. ¿Qué marca ese instante donde dices «ya fue capturado eso que quería»? ¿Te encuentras con lo que querías o hay espacio para el accidente?
Es una pregunta difícil, porque cuando trabajas con el caos y la distorsión, el límite entre lo incompleto y lo excesivo es muy difuso. Para mí, una imagen está completa cuando deja de ser solo una composición visual y se convierte en una historia viva. No necesita explicación, simplemente comienza a hablarme. Me transmite lo que yo mismo no logré decir con palabras.
Es una sensación parecida a la que evoca El modelo de Pickman, de Lovecraft: cuando ves una imagen y sientes que algo más, algo más profundo, más oscuro, la habita. No es solo el trazo o la textura, sino esa atmósfera que respira por sí misma. Esa es la señal de que está terminada.


¿Cómo manejas la reacción de los espectadores frente a lo inquietante o lo incómodo en tu obra?
Las reacciones varían, y eso es parte del poder del arte inquietante. En redes sociales, muchos de los que me siguen ya conocen mi estilo y conectan con la oscuridad, con lo extraño, con lo simbólico. Pero en eventos presenciales, el diálogo cambia. Ahí suelo contar las historias detrás de cada obra, porque cada pieza, por más perturbadora que parezca, tiene una razón de ser, un origen que la vuelve humana.
Sin embargo, no puedo negar que en Ecuador aún existe una resistencia hacia este tipo de arte. Hay quien lo mira con incomodidad, con rechazo, como si lo monstruoso fuera algo que debe evitarse en lugar de enfrentarse. Pero esa incomodidad también me interesa: es una puerta que se abre. A nivel internacional, la respuesta ha sido distinta. He sentido una comprensión más profunda, incluso sin explicaciones. Ver que mi obra puede cruzar fronteras y ser entendida en su crudeza y simbolismo me recuerda por qué sigo creando.
Actualmente trabajo haciendo afiches de cine, una labor que no solo disfruto, sino que siento como un retorno constante a mis orígenes. El cine fue lo que me llevó a convertirme en ilustrador; crecí admirando esas imágenes que condensaban en una sola escena todo el espíritu de una película. Para mí, un buen afiche no es solo publicidad, es una obra simbólica que debe capturar el alma de una historia en un solo golpe visual. Es mi forma de rendir homenaje al lenguaje cinematográfico que tanto me marcó.

Arte digital: se puede ver momentos en tu obra donde hay intervenciones sobre fotografías, fotomontaje y e ilustración. ¿Cómo manejas estos materiales? ¿De qué depende que una imagen esté hecha con uno u otro recurso?
Para mí, la elección del medio nunca es casual; obedece a la emoción que quiero provocar y al universo que deseo construir. Soy fan absoluto de Dave McKean, un artista que me marcó profundamente y que me enseñó a romper cualquier barrera entre técnica y expresión. Gracias a su obra entendí que no hay que temerle a mezclar fotografía, ilustración, pintura o texturas digitales: todo puede ser válido si sirve para narrar con intensidad. McKean me abrió la puerta a un lenguaje donde lo híbrido se vuelve identidad.
También admiro profundamente a Christopher Shy, otro artista que ha sabido dominar las técnicas mixtas con un sentido poético y perturbador a la vez. Y no puedo dejar de mencionar una de mis influencias de infancia: los artes promocionales de Archivos X. Esa combinación pictórica con fotografía era como ver sueños inquietantes hechos imagen. Fue una gran escuela visual para mí.
Cuando trabajo, cada recurso que uso, sea una foto intervenida, una ilustración o un fotomontaje, responde a lo que la imagen me pide. A veces una idea exige crudeza, textura real, como una herida abierta; otras veces requiere atmósferas más oníricas o abstractas, y ahí la ilustración se impone. También he aprendido a abrazar las herramientas digitales contemporáneas, no como una forma de facilitar el proceso, sino como un medio para amplificarlo, para llevar mis límites más allá.
Lo que más amo es justamente esa libertad de mezclar, de no responder a una técnica única, sino a una visión. Mi obra es el resultado de muchas voces visuales hablando al mismo tiempo, y yo solo intento ordenarlas sin silenciarlas.



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Jairo Guerrero (Guayaquil,1985)
Aunque sus estudios universitarios se centraron en Producción Audiovisual, desde hace 8 años se ha dedicado a la ilustración, diseño de carteles, arte conceptual y creación de personajes.
Su trabajo destaca por la aplicación de técnicas tanto tradicionales como digitales, influenciadas por la fantasía, el horror y la ciencia ficción.
Ha participado en proyectos editoriales, cinematográficos y conceptuales para clientes locales e internacionales, como: “Tambores de Guerra” (Editorial Nosolor – España), “La Dama Tapada” (Under Dog Films – Ecuador 2018), “Cult of Terror” (Argentina), “El último guión” (España) y “Seamos Luz” (Quito – Ecuador).
Asimismo, ha tenido una participación destacada en festivales como Fantasti’cs Festival (2015/16/19 – España), Comic Con Ecuador (2016 – 2021) y Crystal Canvas (2021 – Polonia).
Actualmente colabora como Embajador de la marca japonesa XP-Pen en su sede en Ecuador, dedicada al desarrollo de nuevas tecnologías y dispositivos para arte digital. https://www.jairohorrorart.com/