El ruido es una voz. El sonido de los pitos del carro, el de los fuegos artificiales sin que sea día festivo. El ruido es nuestro paisaje. Nos une el sonido del aguatero o el de carro de la basura. El sonido de la ría, el de los grillos en invierno y, si somos más atentos, el del vuelo de las palomas en la Iglesia San Francisco. A qué suena Guayaquil, a qué sonamos nosotros cuando la caminamos, cuando tropezamos en ella o cuando nos detenemos para secarnos el sudor de la frente al mediodía.
Pero la pregunta que nos hacemos hoy es: a qué suenan estos textos, los que aparecen en el primer número de nuestra revista. Suenan a caos, a extrañeza, a garúa, a miedo. Hemos intentado que esta primera selección sea variada, pero que, al mismo tiempo, roce una temática más o menos similar: el terror, en una definición muy amplia. Queríamos saber cómo cada uno lo entendía o lo traducía. No solo produce miedo lo desconocido, sino que, a veces, cuando lo familiar se torna extraño, nos aterroriza aún más.
¿Qué es, entonces, el miedo para las personas que escriben en este número? ¿una calle vacía?, ¿una despedida?, ¿un secreto familiar?, ¿el futuro, la noche, una avenida llena de carros?, ¿quizá la televisión, las noticias, la realidad o la mentira? Hay tanto que nos desconcierta y en estos textos presenciamos esa amplitud de posibilidades.
Esta es una invitación no solo para leer, sino para enfrentarse a lo insólito, aquello de lo que huimos, lo que sucede de fondo en la ciudad, en nuestras casas, en nuestro cuerpo mientras caminamos apresurados sin detenernos en lo mínimo, eso que lo cambia todo.
Equipo Editorial

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