Existió un día cero después de 2020
El primer hijo de la humana todavía colgaba de su antebrazo cuando dijiste no tener nada que ver con la rotación de la tierra. Al mundo le caían rocas hasta hace no mucho, aún sigue lloviendo en algunas partes. Leías la biblia, como todos, la leías mal. En ningún capítulo advertía nada acerca de lo que deberíamos hacer en caso de que Guayaquil enfermara. Pasó.
Pero empezaré por el principio. En este instante en que me decido a escribir sobre ti el sentido cronológico vuelve. Ayer me quise escapar de tus brazos, y corría, y corrías detrás para evitar me contagiara también. Entonces lo entendí todo. Hoy vuelvo a leer la noticia y no puedo evitar sentirme nada más un recuerdo que no debe, en modo alguno, siquiera perturbar.
I: Noche animal
Era una mañana somática de órganos involucrados en el bombardeo del corazón. Después de toda la madrugada bebiendo conjuros, lo que queda en el estómago se tiene que expulsar de algún modo. La vergüenza va primero. Con la fuerza de un gemido me adhiero al cuerpo de porcelana barato y le rezo. Las palabras desfilan desde lo más hondo de mi esófago hasta la punta de mi lengua y salen, todavía, manchadas con restos de jugos sacros: la primera vez que me llamaste por un nombre que ya no recordaba tenía cinco años.
Yo ya era vieja. Mis antecedentes con la pérdida eran muchos. Dijiste: “Vale, chiquita”, y obedecí, “acompáñame a la tienda”.
Y fuimos. Me parece que las caras que vimos en el camino eran todas antigüedades a las que nadie presta atención. Al atravesar el umbral te descubrí como héroe. Me prometí, pues, que nunca pondría en cuestionamiento tus hazañas.
Mi vida funciona así desde entonces. Todos los días escojo una verdad y la desdoblo; luego la hago ropa y visto con ella.
II: Habituada a la aventura
Me dedico a cruzar el puente divisorio entre las mil espinas que nos engullen y, sin miedo, me dedico a hacerte sombra. A esta quimera que en sorpresa me ha atrapado, siendo yo una vez más por ella y por otros tantos, como es costumbre, dócil; con bravura yo le confieso que vendrás pronto, y la desterrarás de esta tierra como has hecho con todos tus otros visitantes.
Pero la bestia no hace caso, al contrario, me sumerge en una pesadilla de lustros. Todo lo que vi fue un incendio expandido por el rumor de los árboles. Los cuerpos de tus soldados yacían tirados en el suelo. La gente los contaba intentando recordar qué habían hecho en vida. No encontré excusa suficiente para justificar tu ausencia.
Cuando me despertaste lloré con más ganas. Te di las gracias por salvarme, me respondiste que ya era hora. De mi boca nunca salía nada más que píldoras. Al poco rato te sentí indiferente. Y mejor nos acostamos, porque ya iba siendo hora de dormir.
III: Letargo
Entras a tu cuarto, sales de tu cuarto, me preguntas siempre lo mismo. Nadie ha muerto en esta casa.
“¿Cómo estás?”, imagino que te respondo alguna cosa. Ciertas tardes de poco hacer dejo que me embadurnes con memorias de lugares que no conozco. Los curanderos dijeron que estás mejorando. Ese día me enseñaste todo lo que cabe en el mundo: un largo llanto. De repente la psicodelia va y viene. A veces, cuando insufrible, se me aparece por ahí un ángel que me grita desde una tumba vacía. Yo creía en Dios, me dolía la costilla.
Le pregunté quién era. No dijo nada. Me insististe en fumigar. No dije nada.
Algo ocurrió una noche en que el olor era insoportable: ambos perdimos la paciencia. Yo apagué la televisión porque ya no quería escuchar más mentiras. Después de despedirme sentí, de nuevo, un océano desmembrarse de mí, abrirse curva por debajo de mí. Me preguntaste qué ocurría. Te respondí que infierno es todo lo que veo cuando pienso.
IV: Silueta
Nombre femenino
1Sospecha de un objeto (lo que se ve entrecerrando el ojo). 2Disección entre la materialidad de un cuerpo y el espacio. Ejemplo:
Te difuminas cuando digo que me quiero ir de la casa. De ti solo me queda una silueta.
Los demás planetas no se habían quejado todavía de la mancha cósmica que abrazaba nuestro cielo. Corrían rumores de que no éramos los únicos inquilinos en tu tejado. Por encima de nosotros pasaban cientos de viajeros todos los días, y todos te saludaban. El pronóstico del clima era bueno, saldrías de cama en unas lunas. En lo que demoraba una herida al pulmón en sanar yo creaba canciones que sonaban tal que así:
La primera mujer del mundo tiene calor.
Por las noches espera, como quien imita la quietud, que la temperatura baje y la tasa de muertos también.
Creo que no hay ratones en el cuarto, creo que me los inventé yo.
V: Circulaciones
Una puerta mal ubicada puede perturbar la adecuada distribución de los centros de trabajo, dividiendo su continuidad. Como mi casa, todo mi cuerpo parecía igualmente mal
distribuido. Escapaba ruido por todas partes. De un día para el otro, toda la casa se comenzó a llenar de cucarachas y no entendía por qué no gritabas.
Fumigamos.
De cuando en cuando, la garganta también se me hacía polvo al contacto con el desinfectante. Todavía sigo vomitando los residuos de aquella invasión. Se trata de un acueducto húmedo por el que solo pasa materia inerte: hablo de vegetales triturados, de sopas calientes, de ajo, de cebolla, de agua con sal; hablo de Mirtazapina, de Risperidona, de Amoxapina y otros tantos cuentos que en algún momento me tragué.
Todos los pasillos conducen a tu habitación. Ya no sales. Ahora hay una cuarentena en tu cuarto y no me dejan entrar. Los curanderos han asistido al llamado de otros enfermos. Dicen que vuelven pronto. Mientras tanto yo vomito.
VI: Pulsiones
Me retuerzo en las mil y un formas de mujer que conozco. Poco elijo hablar de la fiebre que reviste mi cuerpo ciertas madrugadas, madrugadas como esta. Digo, era un viernes y yo hervía.
Estoy triste. Estoy increíblemente triste. No me he portado bien. Cuando pequeña, solías regañarme con el silencio. Desde que cerraron tu puerta con seguro poco ruido pasa a través de las paredes. Hoy me pregunto si sigues enojado. Cuando, curiosa, te preguntaba qué sucedería el día que sea mayor y me mude a otro sitio, respondías que no podrás hacer nada por evitarlo.
Hace no mucho un doctor de verdad me recetó pañitos húmedos en la frente para aliviar el delirio. Cierro los ojos y me olvido de que hoy estoy comprometida, de que en unas semanas me caso con alguien que conocí hace poco. La boda está arreglada. Serán tres terrenos para cultivar maíz, dos cabezas de ganado, cuatro cerdos y muchas gallinas. Muy pronto está esperando un hijo, ¡y es mío! Me golpeo la cabeza, ojalá golpearme muy duro. Recuerdo cuando tenía infancia.
En los muros todavía se escuchan nuestros lamentos.
VII: Existe una humanidad entera dentro del organismo
Yo vi al cielo crujir durante mi descenso al inframundo. Un hospital de noche, una espalda que se desmorona. Arrastraba conmigo todas mis maletas por si me decían que volverías para irnos. Creo que llevaba solo lo importante: ropas, alcohol, utensilios de cocina, un corazón nuevo.
Unas cuantas veces me ha constado el hecho pasado: cuando de niña me mudé por primera vez y supe que las paredes cambiarían, o cuando, a los quince, volví a cambiar de casa. Es curioso cómo una casa se convierte en hogar, yo tardé en llamarte hogar, pero con este pedazo de sombra mía no pasó de igual manera.
El cuarto era despojado hasta tocar los bordes del silencio.
VIII: Retorno al mundo ordinario
Abrazaba el sueño, tan mezquina. Hay una nueva revolución de camas sin cuerpo no dejándome dormir. Insisto: hace horas mi corazón salta. En noches como esta desentiendo la urgencia, me desvisto toda. Yo sé que estoy en alguna parte. Océano del sur.
Lo primero fue ese último vaho antes de morir. Me llegó como susurro transoceánico que nadie estaba haciendo nada alrededor del globo. Las supersticiones se habían equivocado cuando dijeron que se trataba apenas de un resfriado viral. Con las tardes libres a raíz de aquel momento terminé de construir mi narrativa.
Lluvia: torrente sanguíneo en el rumor que viaja perpendicular.
Guayaquil: pacto de ficción. Guayaquil: ciudad farmacéutica.
Se para, te para la obsesión.
La imagen especulativa triza.
Supe que ya lo había entendido todo.
Pero dónde estás, Pedro. Y por qué huyes. Sabes que no tengo a quién decirle que desde tu muerte estoy sobreviviendo, que no me dejaste ninguna canción tuya. Y en esta casa donde nadie te nombra me es más difícil encontrar espacio para llorar.
Y no poder decirle a alguno que aquí estoy, y sobrevivir con la herida más abierta que en cualquier otra temporada. Y no poder decirle a nadie que yo sangro, que me encuentro yergue, y que es en mí el paisaje entero de una lágrima.
Érase una vez un padre.
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Reside actualmente en Guayaquil, donde cursa estudios de Literatura en la Universidad de las Artes. Ganadora de una mención de honor en el concurso Lanfor Abierta 2023, organizado por la Biblioteca de las Artes. Ha participado en recitales de poesía organizados por el Municipio de Guayaquil junto a la Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Guayas. Sus poemas han sido publicados en la revista Pie de página, en la antología Entre espinas y versos (Editorial Komala, México), y en la edición n.º 15 de la revista uruguaya Casapaís, titulada La boca o la herida. También ha publicado narrativa en la revista mexicana Río Seco.

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