SE LLEVARON HASTA LA LUZ – DIEGO YÉPEZ

Afuera se escuchan disparos, no puedo ver nada, nos cortaron la luz y el 911 no responde. Mi mami dijo que no abramos la puerta, si escuchan algo no salgan, si alguien golpea la puerta no salgan, si abren la puerta se esconden bajo las camas. Mi mami dijo que volvería, pero la noche es muy oscura y el aire quema los ojos, me provoca arcadas. Si dicen que soy mami no salgan, si saben sus nombres no salgan.

En otras casas habían entrado, rompieron la puerta. Desde los brazos de mi mami solo podía oír gritos de la comadre, alguien lloraba. Cuando amaneció no estaba nadie en esa casa, solo las gallinas quedaron asfixiadas en el suelo por el gas de la noche pasada. Pueden abrir la puerta pensé, una patada es suficiente para entrar, pero no una patada mía, me falta fuerza. Pongamos un sillón que atranque la puerta, pero la idea se fue en el instante porque si mi mami viene no va a poder entrar y se la van a llevar.

Parece guerra afuera, las explosiones de sus armas no dejan de sonar. Hace dos días fuimos al velorio de uno de los amigos de mi papá. Lo mataron y lo volvieron a golear cuando era ya solo cuerpo. Si mi papá estuviera aquí, él si les hubiera ganado. Mi mami se quedaría en la casa, pero tiene que salir dice, será para que nosotros vivamos mejor, sin este miedo que ahora sentimos. 

En el velorio todos estaban tristes, aun así, bailamos un poquito, caminamos hasta el cementerio, algunos con el rostro hacia el piso, pero otros hacia el cielo. Adelante cantaban y tocaban sus instrumentos.

—Papitu papitu de mi alma kuyashka.

 —papitu, papitu de mi alma kuyashka papito.

La gente sin dejar de caminar, gritaban. 

—¡Justicia!, ¡Justicia para Efraín!

—¡Fuera Noboa Fuera!

—¡VIVA LA LUCHA CARAJO!


Esos gritos nos quitaban el miedo, yo también grité y canté un poquito. Muchos lloran de las iras escuché que decía una de las vecinas a mi mamá. Después de eso fuimos a la casa, pero yo no quería que anochezca, ya no eran las noches donde salíamos a jugar acompañados por la luna y los animales. Mi hermano parece que no siente lo mismo, o quizá los golpes que vimos a los amigos lo dejaron mudo porque desde que empezaron a venir más y más militares él no habla. Sus ojos me dicen que tiene miedo, yo no. Si uno de ellos entra le salto a la cara o le golpeo con la escoba para que se vaya por donde vino.

Cuando llegamos a la casa después del entierro quise ver la tele pero, salía el presidente a decir que le intentaron matar, que la gente secuestró la provincia. Qué ganas tenía ese día de gritarle que aquí vivimos, ellos nos tienen secuestrados porque ahora les veo golpear a los chicos y les cortan el pelo, los pegan entre seis, entre diez a uno. Mi mami lloró cuando se enteró que les cortaron el cabello, yo sé que se imaginó a mi hermano, su llanto no era tristeza, estaba roja de las iras, indignada y las lágrimas le resbalaban por la cara. Me abrazó y le hice una trenza hermosa, porque su cabello es larguísimo, parece un río porque nunca termino sin que ella me ayude.

¿Dónde estará? Ya es muy tarde y no llega. De seguro se quedó en la casa de Nina, ella vive más cerca del centro. 

Si escuchan pasos no salgan, yo tengo llave, no salgan. 

Ya quiero ser más grande para salir y gritar con mis tías y mis amigos. Ahora no puedo salir, encerrada en mi propia casa, con velas encendidas porque se llevaron la luz. Alguien está afuera, las bombas están más cerca. Las puertas se cierran de golpe, más gritos. ¿Mi ñaño dónde está? 

Si estoy afuera no salgan. 

Si me tienen no salgan.

—Suéltale, ya déjale chucha— gritan en la oscuridad. 

—¿Dónde está mi ñaño? —pienso, pero lo que ocurre afuera no me deja tranquilizar. 

—¡Abran! abran o les pego un tiro—, no es aquí, pero están muy cerca. 

Mi ñaño no está, la puerta está abierta. ¿Si se va mi ñaño? ¿Y si se va mi ñaño, mamá?

Salgo corriendo de la casa, no salgan grita mi mamá con su rostro sobre la tierra, una bota está en su cabeza. Me queman los ojos, no puedo respirar. Mi ñaño está tirado en el suelo tosiendo. Mi mamá se pierde en la noche, más y más militares patean puertas y se llevan a los amigos. Abrazo a mi hermano, lloramos, ya no de miedo, mis lágrimas queman mi cara por el gas del ambiente. La noche volvió a estar en silencio.

—Vamos— la voz de mi hermano me despertó.

—Vamos a verle a la mami— dijo poniéndose de pie. Caminamos en la oscuridad, los gritos fueron los que tomamos de guía. Ahí debe estar la mami. Antes de bajar hasta la calle uno de los vecinos nos detuvo. Fue fácil para él llevarnos a su casa. Ahí nos dio de comer la seño Rita. 

—Mañana vamos a buscar a su mamá— Su voz sonó, pero yo seguía caminando con mi mirada siguiendo los pasos de los militares.


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Diego Yépez (Quito, 1990)

Estudió Educomunicación, arte y cultura en la Universidad Central del Ecuador y cursó un posgrado en Lectura, escritura y educación en FLACSO Argentina. Actualmente es maestrante en Literatura Latinoamericana.

Su cuento Vamos ñaño todavía no termina forma parte de una antología de relatos ganadores del concurso organizado por el Taller Cultural Retorno. Algunos de sus cuentos y un testimonio han sido publicados en revistas digitales. Actualmente trabaja como maestro de literatura en un colegio de Quito, donde exploran diversos contextos y problemáticas narradas en las historias.